13 septiembre 2006

Tengo una crisis de esas que llaman postvacacional, creo. Ando perdida por los rincones de esta casa y no soy capaz de centrarme. Quiero escribir pero no escribo. Quiero leer pero ahí está el libro muerto de risa. Debería poner orden en esta casa vieja y en mi vida entera pero me quedo parada y bloqueada y por primera vez en mucho tiempo me parece ¡que estoy aburrida!. Se me va la tarde y se pierde sin pena ni gloria y me niego a pararme a recordar mi viaje, me da una pereza enorme porque este lugar donde ahora estoy es tan distinto, y todo está tan lejos...
Ha llegado el otoño ya. Mi hijo pequeño está preparando el equipaje y pronto se irá de casa. El mayor ya se fué hace demasiado tiempo, y yo aquí me quedo y tengo que replantearme todo.
Qué hacer ahora que no estaré atada a nadie. Al menos nadie que me reclame claramente a su lado. Nadie a quien tenga que arrastrar tras de mí.
Y podría. Podría contarlo.
El coche que llevábamos no tiene aire acondicionado. Salimos a las nueve de la mañana, por ver si burlábamos un poco al sol. Teníamos cinco horas de viaje por delante. Al principio era un gusto, el fresquito de la mañana entrando por la ventanilla abierta... El fresquito que se acabó nada más pasar Despeñaperros, y entonces el calor empezó a picar con rabia y pensé que me moriría asfixiada...
Sobreviví.

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