24 marzo 2006

ESTRUENDO

Los niños escuchaban al profe con cierta desgana, como todos los días, tras las ventanas una tranquila calle que no parecía estar en el centro de Madrid, una colonia de chalecitos cerca del retiro.
Mientras, en casa, la madre de uno de esos niños se dedicaba, también con cierta desgana, a poner un poco de orden en el hogar. La tele estaba encendida, chorreando noticias sin que ella les prestase demasiada atención. Pero de pronto un grito, de pronto una frase que sonaba a muerte, una palabra prohibida, un estruendo.
Eta había matado a un militar allí mismo, junto a su casa.
Los asesinos huían por el barrio. La muerte enganchada en las ruedas de su coche.
El estruendo se instaló de pronto en el colegio. El profesor dió un grito, los niños abrieron los ojos desmesuradamente.
!Al suelo todos, deprisa, debajo de las mesas!
La madre en casa gritó también de angustia. En la tele contaron que había estallado otra bomba. Junto al colegio. Salió corriendo a la calle, el pánico guiando sus pies, no supo como pero llegó al barrio donde las sirenas y el humo y el desorden y el miedo y la niebla y la tormenta y el pavoroso silencio lo inundaban todo y un policía intentó cerrarle el paso pero a una madre nadie la detiene, puede con todas las murallas, con todas las barreras, con todo el cansancio.
Por esta vez, por esta vez, por esta vez, a ella no le había tocado el horror. Pero sí a otros. A otros que ya no tendrán nunca consuelo.
Aunque el estruendo parezca de pronto que ha bajado el volumen.
Para muchos otros sí, eso supone una esperanza.


Espero que entre todos dejemos crecer esa semilla.
Que nadie la utilice para otros menesteres poco loables.
Que no la esgriman como un arma ciega.

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